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Detrás del espejo Chapines y miriñaques En el Museo Correr de Venecia se exhiben unos zapatos de unos 50 cm de altu- ra, que prácticamente impedían el movimiento de sus portadoras. El único be- neficio de este tipo de alzadores era elevar a las damas, que adquirían más es- tatura y podían caminar sobre el suelo enfangado sin mancharse los pies ni los ropajes. Más tarde se sofisticaron, aumentó su tamaño, y sirvieron para alargar las faldas y darles más vuelo, como se observa en algún retrato de las infantas españolas realizado por Velázquez. En varios retratos de Alonso Sánchez Coello y Carreño de Miranda se evidencia que las damas llevaban alzadores, como en los retratos de la infanta Isabel Clara Eugenia, Francisca de Velasco e Inés de Zúñiga. Las tres aparecen embutidas en unas faldas enormes, sostenidas sobre miriñaques, que no se corresponden con el tamaño que podían alcanzar sus ex- tremidades inferiores y, por tanto, debían de llevar unos grandes chapines, que es como se denominaba ese tipo de zapatos. Son de origen español, el suelo era de corcho y estaban forrados. Si su tamaño no era exagerado podía considerar- se un calzado útil, pero deja de serlo cuando adquiere proporciones desmesu- radas, como en el caso veneciano, en que se dificulta el movimiento de las mu- jeres y se facilita el control de sus desplazamientos. Con el tiempo, los chapines aumentan de tamaño y se convierten en un objeto de distinción que informa sobre la elevada situación económica de su portadora. Los modelos para las clases populares eran más sencillos y económicos, y solo tenían una función práctica. En España su empleo se legisló mediante pragmá- ticas durante los siglos XVI y XVII, estableciéndose que su uso era obligatorio en la corte. También había un impuesto, llamado el chapín de la reina, destinado a pagar los gastos del matrimonio de la esposa del monarca. Quevedo, con su pro- verbial acidez, satirizó la situación en que se encontraban los hombres cuando conseguían acostarse con una mujer: «Si la besas, te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si la acuestas contigo, la mitad de- jas debajo de la cama en los chapines» (El mundo por de dentro). Cayeron en des- uso en el siglo XVIII. Los chapines eran incómodos, pero fue más cruel y dañina la costumbre chi- na de vendar los pies de las niñas para impedir su crecimiento y darles el aspec- to puntiagudo de una flor de loto. Su uso se remonta a la dinastía Tang, y se cal- cula que un quince por ciento de las niñas sometidas a ese tratamiento fallecían. La costumbre empezó a hacerse habitual en las mujeres de las clases altas, co- mo signo de distinción y posiblemente para dificultar sus movimientos; más tar- de se extendió a todas las clases sociales, y se consideró que los pies amorta- jados y momificados, totalmente deformados y malolientes, eran atractivos. Las mujeres que no habían modificado sus pies para darles aspecto de flor de loto no podían lucir los zapatos, diseñados de forma muy puntiaguda, y tenían difi- cultad para encontrar marido. Las mujeres con esos pies eran las únicas que po- dían llevar esos calzados especiales, que producían un balanceo peculiar en las mujeres, que se denominó paso de loto. La moda como instrumento de control del cuerpo femenino y de su libertad de movimientos, como parte de una pro- gramación que unas veces las embellece y adorna y otras las esclaviza y tortura tan cruel como inútilmente. Los iconos convertidos en fetiches. l Juan Esteva de Sagrera diciembre 2022 – el farmacéutico n.o 616 49